Cata de lo inesperado

Una de las cosas que me encanta de Madrid es que es una ciudad imprevisible. Eso y el manido tópico de que es una ciudad que nunca descansa.  Ayer me sucedió una de esas cosas que sólo me han pasado aquí, una de esas carambolas del destino por las que terminas en un sitio preguntándote cómo has llegado ahí.

Salí del trabajo una hora y media tarde, echando sapos y culebras por mi linda boquita. Tan quemadas estábamos R y yo que consideramos má que merecido y oportuno irnos a tomar un vino de desahogo.
Y no preguntéis, una cosa llevé a la otra, estábamos en ello, en tomarnos un vino cuando nos invitaron a hacer una cata de vinos en el bar de al lado. Pues para allí que fuimos.  ¿Qué otra cosa se puede hacer un lunes?

Se presentaba el último vino de Prada a Tope, un bierzo de maceración carbónica (muy rico). Tal y como estaban esas mesas, os puedo decir que parecía más una boda gitana que una cata. Vamos, que catar, lo que es mojarte los labios no fue,  fue más una bacanal de vino y comida, con su correspondiendo alegría in crescendo.

Con tanta castaña, era imposible no volverse a casa con una encima.  Así estoy hoy, que parece que sea "viernes de oficina" (u know what I mean  ;p ) más que un martes. La noche fue mucho más "curiosa" de lo que mi respeto por los asistentes me permite contar; acabé codeándome con algún que personaje famoso y fue muy divertido.

¡Brindo por estas noches locas de la movida madrileña! Por lo imprevisto e inesperado :)